miércoles, 31 de diciembre de 2014

LAS RANAS EN LA LECHE.

(PITIGRILLI)
Tres ranas cayeron en un balde lleno de leche.
La primera, pesimista, pensó enseguida que no había nada que hacer. Desanimada permaneció quieta y poco a poco se fue hundiendo hasta que se ahogó.
La segunda, lúcida razonadora, pensó que podría salir de apuros dando un gran salto. Con la idea fija en la mente calculó los valores algebraicos de la trayectoria, halló ecuaciones parabólicas y dinámicas, después dio el salto. Pero, enfrascada como estaba en sus elucubraciones, no había notado que el balde tenía un mango. Y contra el mango fue a destrozarse.
La tercera rana tenía un gran deseo de vivir. No reflexionó mucho, pero quería salir de aquel apuro. No supo hacer otra cosa que expresar tal deseo: se movió, se agitó, se rebeló contra su suerte… Y tanto se movió y luchó que la leche se volvió mantequilla, sacudida por tanto movimiento.
Y esta tercera rana fue quien se salvó. 

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martes, 30 de diciembre de 2014

EL LIBRO ROBADO.

(FLORECILLAS DE SAN ANASTASIO)
El Abad Anastasio tenía un libro finísimo pergamino que valía veinte monedas y que contenía el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Una vez fue a visitarle cierto monje que, al ver el libro, se encaprichó de él y se lo llevó. De modo que aquel día, cuando Anastasio fue a leer su libro, descubrió que había desaparecido y al instante supo que el monje lo había robado. Pero no le denunció, por temor a que, al pecado de hurto, pudiera añadir el de perjurio.
El monje se había ido a la ciudad y quiso vender el libro, por el que pedía dieciocho monedas. El posible comprador le dijo:
“Déjame el libro para que pueda averiguar si vale tanto dinero”.
Entonces fue a ver al santo Anastasio y le dijo:
“Padre, mire este libro y dígame si cree usted que vale dieciocho monedas”.
Y Anastasio le dijo: “Sí, es un libro precioso, y por dieciocho monedas es una ganga”.
El otro volvió adonde estaba el monje y le dijo:
“Aquí tienes tu dinero. He enseñado el libro al Padre Anastasio y me ha dicho que sí vale las dieciocho monedas”.
El monje estaba anonadado.
“¿Fue eso todo lo que te dijo? ¿No dijo nada más?”.
“No, no dijo ni una sola palabra más.”
“Bueno, verás… he cambiado de opinión… y ahora ya no quiero vender el libro…”
Entonces regresó adonde Anastasio y, con lágrimas en los ojos, le suplicó que volviera a quedarse con el libro. Pero Anastasio le dijo con toda paz:
“No, hermano, quédate con él. Es un regalo que quiero hacerte”.
Sin embargo, el monje dijo:
“Si no lo recuperas, jamás tendré paz”.
Y desde entonces, el monje se quedó con Anastasio para el resto de sus días. 

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lunes, 29 de diciembre de 2014

LOS IMPUESTOS.


(CUENTO DE MALABAR)

Había una vez un Rajá que poseía riquezas y tesoros. Tenía también muchos súbditos, pero los trataba como esclavos. Por eso era mal visto por todos.
Un día llamó a su tesorero y le dijo:

-Haz la gira anual de costumbre por mis territorios, y cobra los impuestos.
-Majestad, la cosecha ha sido muy escasa. Convendría perdonar los impuestos –respondió.
-¡Estás loco! –gritó el tirano-.
-Está bien –dijo el tesorero-. Cobraremos los impuestos. Y el dinero recogido, ¿en qué lo emplearemos?
-Haz una gira por todo el palacio. Mira a ver qué falta, y provees con el dinero de los impuestos.

El tesorero se dio una vuelta por el palacio. Vio al Rajá con el rostro sombrío, a la Reina con aire de aburrimiento, los príncipes caprichosos, viciados y descontentos, los cortesanos que derrochaban y litigaban. También observó a la gente del pueblo que pasaba delante del palacio y echaba miradas de ira y descontento, murmurando maldiciones…

-Hay reparaciones graves que hacer… -dijo. Y partió a cobrar.
Fue por ciudades y campos con un pregonero, y delante de aquellos pobres anunciaba:

-El Rajá, este año, teniendo en cuenta las cosechas y vuestras dificultades, y para cumplir el deseo de la Reina y de los Príncipes, os perdona los impuestos.
De todos los pueblos del reino salían aplausos. Mientras tanto el Rajá, ignorante de lo acaecido, preguntaba al Ministro:

-¿Cómo ha ido?
-Bien, Majestad.
-¿Y dónde están los dineros?
-Los he gastado ya todos.
-¡Cómo!

-Sí. En mi visita he notado que en esta casa había que rehacer del todo los ánimos, y que faltaba la alegría, fruto de la bondad. Y he tratado de procurársela, diciendo a la gente que este año usted perdonaba a todos los impuestos y que…

-¡Ah, miserable!, gritó el Rajá.

Y despidió malhumorado al tesorero. Después, lleno de cólera, salió en persona del palacio, decidido a reparar el daño sufrido. Pero apenas apareció, la gente le salió al encuentro con flores y aplausos:

-¡Viva el Rajá! ¡Bendita sea nuestra Reina!

Poco a poco, entre tanto entusiasmo se sintió desarmado. Su corazón de piedra, por primera vez, se enternecía, olvidaba sus malditos dineros. Por primera vez en su vida, se sentía feliz. Regresando a casa, encontró alrededor del palacio una muchedumbre inmensa: el pueblo había puesto en escena una manifestación de fiesta a la Reina y a los Príncipes.

Todos estaban alegres y contentos. Entonces hizo llamar al tesorero despedido, y le dijo:

-Tenías razón. Eres un buen administrador, sabes convertir el dinero en felicidad. De ahora en adelante serás mi consejero y el distribuidor de mis bienes al pueblo.

Y así, por primera vez, desde que el mundo es mundo, un negocio de impuestos terminó en una fiesta para todos. 

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domingo, 28 de diciembre de 2014

EL ÁRBOL.

(JACQUES LOEW)
Un viajero caminaba por un pueblo que le era completamente desconocido. Después de haber recorrido un extenso valle estrecho y sinuoso que le ocultaba el horizonte, he aquí que aparece improvisadamente una llanura. Aquí se encuentra frente a un árbol que jamás había visto, un árbol de extraordinarias dimensiones, un árbol no comparable con ningún otro sobre la tierra.
El viajero vio ante todo las raíces de este árbol, raíces poderosas, que levantaban la tierra. Después vio el tronco, un tronco tan grueso que no pudo abarcarlo con una sola mirada. Por fin vio las hojas del árbol, unas hojas tan frondosas, que se extendían tan altas que no le era posible distinguir la copa del árbol.
El árbol era para él tan grande que no lograba de ninguna manera percibir la grandeza.
Queriendo contemplar el árbol, el viajero se acercó simplemente al tronco: lo examinó, miró su corteza rugosa, aquellos pocos decímetros cuadrados que tenía a la vista.
Y mirando de cerca la corteza, vio algunas inscripciones dejadas por otros viajeros; letras y fechas ambiguas.
Después continuó examinando la corteza: percibe líquenes y musgo que han crecido como pueden crecer hongos o musgo en los viejos troncos del árbol.
El viajero vio también ramas secas al pie del árbol y, en ciertos puntos del inmenso tronco, partes excavadas en las que la vida se había retirado.
Y se alejó diciendo: “He encontrado un árbol medio muerto”,
El viajero se equivocó. Debería haber hecho el esfuerzo de retirarse tal vez un kilómetro hacia atrás, para ver el árbol en todo su esplendor y en toda su majestuosidad. Pero no tuvo el coraje de hacerlo. Tan sólo vio una pequeña parte.
No cometamos, por lo tanto, el error de aquel viajero. Miremos la vida en su totalidad. 

sábado, 27 de diciembre de 2014

UN POCO DE SABIDURÍA.

(ANTHONY DE MELLO)
Sócrates se encontraba en la cárcel esperando a ser ejecutado. Un día oyó cómo otro prisionero cantaba una difícil y poco conocida canción del poeta Stesikoros.
Sócrates pidió a su compañero que le enseñara aquella canción.
“¿Para qué?”, le preguntó el otro.
“Para que pueda morir sabiendo una cosa más”, fue la respuesta del gran filósofo.
El discípulo:
“¿Por qué aprender algo nuevo una semana antes de morir?”
El Maestro:
“Exactamente por la misma razón por la que quieres aprender algo nuevo cincuenta años antes de morir”. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

EL FUEGO, EL AGUA Y EL HONOR.

(GASPAR GOZZI)
El Fuego, el Agua y el Honor en un tiempo se hicieron amigos y decidieron caminar juntos por el ancho mundo.
El Fuego no puede jamás estar quieto en un solo lugar, y también el Agua se mueve sin descanso. En cuanto al Honor, era un huésped de cuidado, y por esto lo persuadieron para que viajara en su compañía.
Pero antes de ponerse en camino, convinieron en darse una señal de reconocimiento, y así poder encontrarse por si acaso llegasen a alejarse y a perderse el uno del otro. Dijo el Fuego:
-“Si por si acaso sucediese que yo me separase de vosotros, allí donde veáis humo: ésta es mi señal, y ahí ciertamente me encontraréis”.
-“En cuanto a mí –dice el Agua-, si me perdiera de vista, no me busquéis donde veáis sequedad o grietas de tierra; allí donde encontréis sauces y mucha vegetación, allí estaré yo.”
-“En cuanto a mí –dice el Honor-, abrid bien los ojos y procurad no perderme nunca de vista; porque si, por mala suerte, me perdéis, aunque sea una sola vez, no me podréis volver a encontrar nunca más.” 

 

jueves, 25 de diciembre de 2014

LA CITA.

(LEYENDA ESLAVA)
Cuenta la historia de un monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol.
El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente.
Pero a mitad de camino se encontró con un pobre hombre herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin detenerse, le explicó que no podía pararse, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que atardeciese. Le prometió que volvería para socorrerle en cuanto atendiese a Dios.
Y continuó su precipitada marcha.
Horas más tarde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña. Estaba cansado pero satisfecho porque había llegado antes de que expirara el plazo. Ansioso por la cita, sus ojos se pusieron a buscar a Dios. Pero Dios no llegaba… y no llegó nunca.
Dios se había ido a ayudar al herido con el que horas antes se cruzó por el camino.
Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda. 

 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

ARTABÁN.

Artabán junto con Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho planes para reunirse en Borsippa, una antigua ciudad de Mesopotamia desde donde iniciarían el viaje que les llevaría hasta Belén para adorar al Mesías.
El cuarto rey mago llevaba consigo una gran cantidad de piedras preciosas para ofrecer a Jesús, pero cuando viajaba hacia el punto de reunión encontró en su camino a un anciano enfermo, cansado y sin dinero. Artabán se vio envuelto en un dilema por ayudar a este hombre o continuar su camino para encontrarse con los otros reyes. De quedarse con el anciano, seguro perdería tiempo y los otros reyes le abandonarían. Obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano.
El tiempo había pasado y en el punto de reunión no encontró más a sus tres compañeros de viaje.
Decidido a cumplir su misión, emprendió un largo camino sin descanso hasta Belén para adorar al niño, pero al llegar, Jesús había nacido y José y María estaban rumbo a Egipto, escapando a la matanza ordenada por Herodes.
Artabán emprendió entonces un viaje en el que, por donde quiera que pasaba, la gente pedía su auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio. En su andar, Artabán se preguntaba: ¿Qué podía hacer si la gente le suplicaba por ayuda? ¿Cómo podría negarle ayuda a quien la necesitaba?
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo solicitaba.
Treinta y tres años después el viejo y cansado Artabán llegó por fin a donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús. La gente se reunía en torno al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que, decían, era el Mesías enviado por Dios para salvar las almas de los hombres. Artabán no tenía duda en su corazón, aquel hombre era quién había estado buscando durante todos esos años.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregarla joya pese a cualquier cosa, Artabán encaminó sus pasos hacia aquel monte, sin embargo, justo frente a él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava para pagar las deudas de su padre. Artabán la liberó a cambio de la última piedra que le quedaba de su basto tesoro.
Triste y desconsolado, nuestro cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de una casa vieja. En aquel momento, la tierra tembló de forma brusca y una enorme piedra golpeo la cabeza de Artabán. El temblor aquel anunciaba la muerte de Jesús en la Cruz.
Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploró perdón por no haber podido cumplir con su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste. Artabán, agotado, preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.

martes, 23 de diciembre de 2014

DESCONFIANZA.

(ANTHONY DE MELLO)
Samuel estaba muy triste, y no era para menos: su casero le había mandado dejar el piso y no tenía adónde ir. De pronto se le ocurrió: ¡podría vivir con su buen amigo Moisés!
La idea le proporcionó a Samuel un gran consuelo, hasta que le asaltó otro pensamiento:
“¿Qué te hace estar tan seguro de que Moisés te va a dar cobijo en su casa?”.
“¿Y por qué no?”, se respondió el propio Samuel indignado. “A fin de cuentas, fui yo quien le proporcionó la casa en la que ahora vive, y fui también yo quien le adelantó el dinero para pagar la renta de los primeros seis meses. Lo menos que puede hacer es darme alojamiento durante una o dos semanas, mientras estoy en apuros…”
Y así quedó la cosa hasta que, después de cenar, le asaltó de nuevo la duda: “Suponte que se negara…”
“¿Negarse?” se respondió él mismo. “¿Y por qué, si puede saberse, habría de negarse? Ese hombre me debe todo cuanto tiene: fui yo quien le proporcionó el trabajo que ahora tiene; y fui yo quien le presentó a su encantadora mujer, que le ha dado esos tres hijos de los que él se siente tan orgulloso. ¿Y ese hombre va a negarme una habitación durante una semana? ¡Imposible!”.
Y así quedó de nuevo la cosa hasta que, una vez en la cama, comprobó que no podía dormir, porque nuevamente le entró la duda:
“Pero suponte –no es más que una suposición- que él llegara a negarse. ¿Qué pasaría?”.
Aquello fue ya demasiado para Samuel:
“Pero ¿cómo demonios va a poder negarse?”, se gritó a sí mismo, casi fuera de sí.
“Si este hombre está vivo, es gracias a mí; yo lo salvé de morir ahogado cuando era un niño. ¿Y va a ser ahora tan desgraciado como para dejarme en la calle en pleno invierno?
Pero la duda seguía carcomiéndole:
“Suponte…”.
El pobre Samuel se debatió mientras pudo. Finalmente, hacia las dos de la mañana, saltó de la cama, se fue a casa de Moisés y se puso a tocar insistentemente al timbre, hasta que Moisés, medio dormido, abrió la puerta y exclamó asombrado:
“¡Samuel! ¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche?
Pero para entonces estaba Samuel tan enojado que no pudo impedir gritar:
“¡Te diré lo que hago aquí a estas horas de la noche! ¡Si piensas que voy a pedirte que me admitas en tu casa ni siquiera un solo día, estás muy equivocado! ¡No quiero tener nada que ver contigo, ni con tu casa, no con tu mujer, ni con tu condenada familia! ¡A la mierda todos vosotros!”.
Y, dicho esto, dio media vuelta, pegó un portazo y se marchó. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

LA CHISMOSA Y LA GALLINA.

(FELIPE NERI)
A una mujer que se confesaba frecuentemente de hablar mal de los demás, san Felipe Neri le preguntó:
-¿Te sucede con frecuencia hablar mal del prójimo?
-Muy a menudo, Padre –responde la penitente.
-Hija, creo que no te das cuenta de lo que haces. Es necesario que hagas penitencia. He aquí lo que harás: mata una gallina y tráemela enseguida, desplumándola por el camino desde tu casa hasta aquí.
La mujer obedeció, y se presentó al santo con la gallina desplumada.
-Ahora –le dijo Felipe-, regresa por el mismo camino que viniste y recoge una por una las plumas de la gallina…
-Pero eso es imposible, padre –rebatió la mujer-, con el viento que hace hoy no podré encontrar más que unas pocas.
-También yo lo sé –concluyó el santo-, pero he querido hacerte comprender que si no puedes recoger las plumas de una gallina, desparramadas por el viento, tampoco puedes recoger todas las calumnias levantadas y dichas de mucha gente, y en perjuicio de tu prójimo.


domingo, 21 de diciembre de 2014

CONTENTARSE CON POCO.

(BRUNO FERRERO)
Un águila, cazada por un campesino, vivía atada por una pata en el corral de una granja. No se resignaba a vivir como una gallina cualquiera. Había empezado a dar tirones y tirones a la cuerda que la tenía atada a una fuerte viga del gallinero. Clavaba los ojos en el cielo azul y partía con toda su fuerza. Inexorablemente la cuerda la derribaba a tierra.
Lo intentó y volvió a intentarlo durante semanas, hasta que la piel de la pata quedó desgarrada y se le destrozaron las alas.
Al final se acostumbró a aquella vida de esclavitud. Después de unos cuantos meses le gustaba, incluso, el pienso de las gallinas. Se habituó a escarbar y picotear entre la basura.
Así no llegó a darse cuenta de que la lluvia de otoño y la nieve de invierno habían llegado a pudrir la cuerda que la sujetaba a la viga.
Habría bastado un pequeño tirón y el águila habría vuelto a la libertad como reina del cielo.
Pero nunca lo dio. 

 

sábado, 20 de diciembre de 2014

LOS DOS TIGRES PERDIERON.

(POPULAR AFRICANO)
Un día dos tigres necios comenzaron a atravesar en direcciones opuestas un puente hecho con cuerdas en la selva. El puente era tan estrecho que no podían pasar los dos tigres a la vez.
Cuando se encontraron justamente en el medio, uno dijo al otro:
-“Regresa y espera hasta que pase”.
A lo que el otro respondió:
-“No, yo he llegado primero al puente. Eres tú quien debe regresar”.
Se detuvieron observándose uno al otro y ninguno quería ceder el paso.
Después comenzaron a luchar y los dos se cayeron desde el puente. Fueron devorados por un cocodrilo que nadaba, esperándoles, debajo. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

LA CONSTANCIA DE UNA PRINCESA.

(LEYENDA NORMANDA)
El día de bodas un príncipe normando entraba en la ciudad con su joven esposa. Los príncipes iban en una carroza espléndida tirada por ochos caballos blancos, mientras la ciudad de Benevento, agolpada a lo largo de la avenida, aplaudía a los esposos.
Pero, a un cierto punto, la escena cambió; el cortejo había llegado a la gran plaza, frente al castillo, y allí había un palco con una horca para ajusticiar a un malhechor. Aquel condenado ya había sido obligado a meter la cabeza en el lazo.
La princesa, dándose cuenta de lo que sucedía, rompió en lágrimas. Entonces, el príncipe hizo parar el cortejo e hizo señales al verdugo para que esperara. Se dirigió a los magistrados que estaban al pie del palco, y dijo:
-Señores, la princesa mi esposa, como señal de homenaje en el día en que llegó entre nosotros, pide que se haga gracia a este hombre.
-Señor –respondieron los jueces- somos muy felices al escuchar el deseo de nuestra princesa, pero la ley ordena que este hombre muera.
-Entonces, ¿existen delitos que no se pueden perdonar? –preguntó la princesa con un hilo de voz.
El consejero del príncipe hizo notar que, según una antigua costumbre de la ciudad de Benevento, cualquier condenado podía ser rescatado solamente mediante la suma de mil ducados de oro.
-¿Pero dónde quiere que encuentre, este condenado, una suma semejante?
El príncipe abrió la bolsa y salieron ochocientos ducados. La princesa, con manos temblorosas, rebuscó en su portamonedas, pero no encontró más que cincuenta ducados.
-Señores –dijo entonces- ¿no podrían bastar ochocientos cincuenta ducados?
-La ley pide mil –respondieron fríamente los magistrados.
Entonces la princesa bajó de la carroza e hizo una colecta entre los pajes y caballeros del séquito. Todos pusieron, con gusto, en sus manos gentiles, aquello que tenían. Hicieron la cuenta final: novecientos noventa y nueve ducados.
-¿Nadie tiene un ducado más?
-Nadie…
-Por lo tanto, ¿por un ducado será ahorcado este hombre?- exclamó indignada la Princesa.
-No es culpa nuestra –dijeron los magistrados impasibles en sus capas negras-, la ley nadie la puede cambiar.
E hicieron señal al verdugo para cumplir con su deber.
-¡Un momento! –gritó la Princesa-, busquen en los bolsillos de aquel infeliz, quizás encuentren algo…
El verdugo obedeció; y de uno de los bolsillos del condenado sacó un ducado de oro; era exactamente lo que faltaba para completar los mil ducados.
Precisamente por aquel contributo al precio del rescate el malhechor se salvó. Antes bien, la princesa lo invitó al castillo; y así, en vez de terminar la jornada enterrado en la fosa, fuera de los muros de la ciudad, pudo sentarse al banquete de bodas en el palacio real. 

jueves, 18 de diciembre de 2014

EL HILO DESDE LO ALTO.

(J. JOERGENSEN)
Era una bella mañana de septiembre. Todos los prados brillaban con el rocío, y los “hilos de la Virgen”, brillantes como si fuesen seda, ondulaban en el aire. Iban y venían. Uno de esos hilos aterrizó en la cima de un árbol, y una araña negra y amarilla, dejó su nave y se posó sobre el resistente suelo.
Pero aquel lugar no le agradaba; y, tomada una resolución improvisada, vino a posarse directamente sobre un gran arbusto espinoso. Aquí había ramas y vástagos en abundancia para tejer una tela. Y la araña se puso enseguida a la obra, dejando que el hilo largo que había descendido, rigiese la punta superior de la tela. Era una tela tan bella y grande. Aunque no se veía muy bien, estaba sostenida por un fino hilo.
Vinieron los días, y los días pasaron. Las moscas empezaron a escasear, y la araña se vio obligada a ensanchar su tela para poder atrapar más. Gracias a ese hilo desde lo alto, pudo ampliar su tela y así su caza. Engrandeció su tela en altura y en anchura, y la sutil red se extendía bien pronto sobre todo el arbusto. Cuando las mañanas húmedas de octubre pendía cubierta de gotitas resplandecientes, parecía un bordado con perlas.
La araña estaba orgullosa de su trabajo. No era ya aquella arañuela pobre que se mecía en el aire colgada de un hilo, sin un centavo en el bolsillo. Ahora era una araña grande y gruesa, bien provista, y poseía la telaraña más grande de todo aquel arbusto.
Un mañana se despertó de un humor terriblemente extraño. Durante la noche había hecho un poco de frío, y no había siquiera el más pequeño rayo de sol para alegrar la tierra; ni siquiera la más pequeña mosca rondaba en el aire. La araña permaneció hambrienta y desocupada a lo largo de todo aquel santo día de otoño. Para matar el tiempo, dio un paseo por la tela, para ver si por si acaso fuese necesario remendarla. Tiró de todos los hilos, mirando que estuviesen todos bien tensos. Pero aunque encontró todo en orden, siguió de un pésimo humor.
Da vueltas y más vueltas, y por fin termina por notar que al borde externo de su red, había un hilo que le parecía nuevo. Todos los otros hilos se dirigían aquí y allá, y la araña conocía cada ramita a la cual estaban unidos; pero aquel hilo “inexplicable” no iba a ninguna parte y entonces era necesario concluir que se perdía en el aire.
La araña se irguió sobre sus patas, y se puso a mirar hacia arriba con todos sus ojos, pero no logró todavía entender dónde iba a terminar aquel hilo. Parecía que se iba hacia las nubes. Cuanto más miraba fijo sin poder llegar a nada, tanto más se enfurecía.
Había olvidado que, en un sereno día de septiembre, ella misma había bajado por aquel hilo. Y ni siquiera se acordó de cuán útil le había sido, precisamente, aquel hilo para tejer y después alargar su tela.
¡Abajo este hilo!, dijo la araña. Y con un solo golpe de diente, lo partió en el medio. Al mismo tiempo la tela cedió: toda aquella red tan artísticamente fabricada, cayó; y cuando el insecto volvió en sí, se encontró que yacía sobre las hojas de la cerca espinosa, con la cabeza envuelta en su tela hecha un pequeño trapo húmedo.
Había bastado un solo instante para destruir toda la magnificencia de su casa, y sólo porque no había entendido la utilidad de aquel hilo que sostenía todo “desde lo alto”. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

ESO ES COSA DE NIÑOS.

(LEYENDA BUDISTA)
Un anciano Maestro de la Sabiduría había abandonado la ciudad y caminaba por unos campos llenos de cerezos en flor, bastante alejados del núcleo urbano. Las ramas de los cerezos en flor se inclinaban sobre el camino, y el anciano iba absorto en sus meditaciones.
Angulimal, un bandido famoso en aquella comarca, apareció de pronto, dispuesto a robar al anciano.
El anciano le dijo:
“Antes de matarme, ayúdame a cumplir mis dos últimos deseos”. Y se puso en oración, preparándose para la muerte.
El bandido Angulimal le dijo, impaciente: “¿Cuál es el primer deseo?”.
“Corta, por favor una rama en flor de ese cerezo.”
Con un golpe de espada el bandido hizo lo que le pedía, arrojando la rama a los pies del anciano que ya rezaba.
El anciano, levantando lentamente la vista prosiguió:
“Mi segundo deseo es que ahora vuelva a poner la rama en el cerezo, para que siga floreciendo”.
Debes estar loco –respondió Angulimal-, si piensas que eso es posible.”
“Al contrario –dijo el Maestro de la Sabiduría-, el loco eres tú, que te crees poderoso porque puedes herir y destruir. Eso es cosa de niños. El verdaderamente poderoso es el que sabe crear, dar vida y curar.” 

martes, 16 de diciembre de 2014

LAS HUELLAS.

(ANÓNIMO)
Una noche un hombre tuvo un sueño. Soñó que iba paseando por una gran playa. A medida que caminaba, se iba proyectando en su mente la película de su vida. Se dio cuenta de que en cada escena de la película de su vida existían dos pares de huellas en la arena: las suyas y las de su Dios.
Cuando la última escena de su vida apareció ante él, volvió a mirar retrospectivamente las huellas sobre la arena de la playa. Entonces notó que muchas veces a lo largo de su vida había tan sólo un par de huellas… Comprobó que esto ocurría en los momentos más difíciles de su existencia.
Llegó a preocuparse en gran manera por este hecho, y preguntó a su Dios:
-“Señor, tú me dijiste una vez que si decidía seguirte, caminarías siempre conmigo… Sin embargo, he notado que durante los momentos de mi vida en que tenía más dificultades y problemas tan sólo existía un par de huellas. No comprendo por qué cuando más te necesitaba más me abandonabas.
Dios le respondió:
-“Hijo, te quiero y nunca te he abandonado. En los momentos de angustia y sufrimiento, cuando tú has contemplado tan sólo un par de huellas, eran los momentos en que yo te transportaba en mis brazos”. 

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lunes, 15 de diciembre de 2014

EL BEDUINO ENAMORADO.

(AHMED IBN MOHAMMED, SIGLO X)
Un joven beduino, vagando en el desierto, vino a parar cerca de un pozo junto al cual se encontraba para sacar agua una muchacha guapa como la luna llena. El joven beduino se le acercó y le dijo:
-“¡Estoy perdidamente enamorado de ti!”.
La joven le responde:
-“Cerca de la fuente hay otra muchacha tan guapa que yo no soy digna de ser su sierva”.
El joven beduino giró enseguida la cabeza y se puso a buscarla: No había nadie.
Entonces la muchacha exclamó:
-“¡Qué hermosa es la sinceridad y qué fea es la mentira! Dices amarme y basta que yo te hable de otra mujer para hacerte girar la cabeza y buscarla desesperadamente”. 

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domingo, 14 de diciembre de 2014

EL CUERVO Y LOS PAVOS REALES.

(ESOPO)

El cuervo orgulloso. Fábula de Esopo para niños - tucuentofavorito.com
Un cuervo vanidoso estaba cansado de sus plumas negras y sentía una cierta envidia delos pavos reales, siempre adornados con sus vistosos colores.
Piensa que te piensa, decidió recoger las plumas, que se le habían caído a un pavo real, se engalanó con ellas, y desdeñando luego a los otros cuervos, se introdujo en la hermosa manada de los pavos reales.
Los pavos se admiraron al principio del ser tan ridículo y extraño, y reconociendo que no era de su especie, le arrancaron las plumas hurtadas, y le echaron de allí a picotazos.
El cuervo, viéndose tan maltratado, medio muerto, y lleno de vergüenza, se volvió con los suyos, los cuales también le despreciaron y le arrojaron de sí. Entonces uno de los cuervos, a quien había menospreciado antes, le dijo:
-“Si te hubieras contentado con vivir entre nosotros, y te hubieras sentido orgulloso de lo que te dio la naturaleza, ni hubieras padecido aquella afrenta, ni ahora tendrías que sentir esta repulsa”. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE.

(CUENTO PERSA)
En Persia había una ciudad donde los habitantes eran todos ciegos.
Sucedió que un día pasó un rey con su ejército, y acampó allí. Para hacer pompa de su prestigio, mostraba un enorme e imponente elefante. A la gente le vino el deseo de acercarse a aquel elefante y conocer aquel monstruo.
Y muchos de aquellos ciegos se acercaron al elefante para darse cuenta, a la manera de los ciegos, de su forma y figura. Y no pudieron verlo con los ojos , lo palparon con las manos.
Quien le tocó un miembro y quien otro, y así cada uno conoció solamente una parte. Y cada uno se formó una idea absurda, cada uno adaptó su mente a una imagen fantástica. Aquel que le había puesto su mano en la oreja, interrogado por los otros acerca del elefante, dijo:
-Es una forma inmensa, tosca y ancha como una alfombra”.
Aquel que con la mano había alcanzado la trompa, dijo:
-“Lo he conocido bien. Es como un tubo vacío, una cosa terrible, un instrumento de destrucción”.
Finalmente aquel que había tocado las macizas y formidables patas del elefante, dijo:
-“Tiene precisamente la forma de una columna bien torneada”.
Todos habían visto una sola parte, y todos se habían forjado en su mente una idea que distaba mucho de la realidad.
Así les ocurre a las personas cuando intentan imaginar cómo es Dios.

viernes, 12 de diciembre de 2014

EL CABALLO

(TRADICIONAL ÁRABE)
Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah, que le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero Al-Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente.
Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por determinado camino. Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Y como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital.
“Por desgracia, se lamentó el mendigo, llevo días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme.”
Entonces, Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero, en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, con Al-Mamun corriendo detrás de él para alcanzarlo y gritándole que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al caballo.
“¡Está bien, me has robado el caballo!, gritó Al-Mamun. ¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte”
“¿De qué se trata?”, preguntó Omah también a gritos.
“¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con el caballo!”
“¿Y por qué no he de hacerlo?”
“¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!”. 

 

jueves, 11 de diciembre de 2014

EL ZAR Y EL HALCÓN.

(LEON TOLSTOI)
Un día el Zar de Rusia se fue de cacería con un halcón. Después de haber caminado mucho le entró sed, y llevando sobre un brazo su halcón predilecto, se alejó a caballo, en busca de una fuente. Buscó mucho, y finalmente, encontró una vena de agua que goteaba lenta, lenta, de una roca. Puso una copa bajo aquel diminuto manantial y esperó con paciencia que se llenara.
Después trató de beber el agua recogida, pero el halcón se agitó y, con un golpe de ala, derramó la copa. De nuevo, el Zar llenó el recipiente y como lo vio lleno de agua fresca, trató de llevarlo a la boca. Pero también esta vez el halcón, revoloteando alrededor, derramó la copa.
Bastante contrariado, el Zar la llenó por tercera vez e hizo por beber. Pero el halcón se lanzó encima, esparciendo todo el agua alrededor.
Entonces el Zar, montado en cólera, tomó el halcón por el cuello y lo mató. Estaba por llenar otra vez la copa, cuando uno de sus siervos llegó al galope.
-“¡Majestad, no!, le gritó. ¡No beba esa agua! ¡Es una fuente envenenada!”.
El Zar arrojó lejos la copa y un velo de lágrimas cubrió su mirada.
-“¡Cuántos errores cometemos a causa de la precipitación y de la falta de reflexión!, dijo con amargura, recogiendo del suelo a su amigo muerto. ¡Guiado por su instinto, mi halcón, me ha salvado la vida por lo menos tres veces. Y he ahí cómo yo lo he recompensado.” 

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miércoles, 10 de diciembre de 2014

EL OSO Y LOS PANES.

(LEON TOLSTOI)
A la posada de un pueblo llegó un día un artista ambulante, de aquellos que un tiempo actuaban en las plazas de los pueblos. Tenía consigo un oso amaestrado: una bestia alta, de casi dos metros, pero buena y mansa a pesar del terrible aspecto.
El artista decidió entrar a comer algo y a calentarse; y ató el oso a un palo fuera a la puerta. En su ánimo avaro no encontró lugar en pensamiento de que también su pobre oso tendría necesidad de comer y de calentarse.
Hacía un frío tremendo y el animal, en ayunas, aullaba por el hambre.
Al poco tiempo llegó una carreta cargada de panes frescos y olorosos. El carretero descendió, ató los dos caballos y entró en el local para comer. El oso empezó a oler con interés aquel buen perfume del pan. Después comprendió que el olor venía del carro, y con estirón rompió la cuerda que lo tenía atado. Se subió al carro y se puso a comer, con avidez, aquellos panecillos crujientes.
La gente huía asustada, frente a aquel espectáculo verdaderamente extraordinario: dos caballos enloquecidos y llenos de sudor que arrastraban un carro guiado por un oso terrible.
Pero los caballos, guiados por el instinto, se metieron por el camino de su aldea, y fueron a pararse delante de la puerta del panadero. Salió afuera alguno para ver qué novedad había…
A este punto, el oso se acordó de que era un oso amaestrado. Saltó del carro y empezó a dar espectáculo como le habían enseñado. Bailaba con movimientos tanto más graciosos cuanto más torpes, y extendía la pata como para pedir una moneda. La gente se agolpó alrededor de él con aplausos frenéticos: y los panecillos olorosos le llovieron alrededor, tantos que le quitaron el hambre por una semana.
Entonces el oso se alejó; ahora sabía proveerse por sí mismo. Y el patrón vagabundo tuvo que resignarse a caminar sin el oso. 

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martes, 9 de diciembre de 2014

LA ORACIÓN DEL ZAPATERO.

(TRADICIONAL JUDÍO)
Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac y le dijo:
“No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día, cuando regresan del trabajo, y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debe hacer con mi oración de la mañana?...
“¿Qué has venido haciendo hasta ahora?, preguntó el rabino.
“Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo, pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: ¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana…!”
Le respondió el rabino:
“Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración”. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

CUANDO DIOS CREÓ LA MADRE.

(ERMA BOMBECK)
Un día, Dios decidió crear… la Madre.
Llevaba dándole vueltas al proyecto durante más de una semana, cuando aparece un ángel y le dice:
-Anda que el modelito te está haciendo perder el tiempo ¿eh?
Y Él:
-Es cierto. Pero ¿has leído los requisitos de fabricación? Debe ser lavable y transparente, pero no de plástico; tener ciento ochenta piezas móviles, todas recambiables y un corazón de oro, tierno a la vez; la cabeza en su sitio y unos labios capaces de dar un beso que lo cure todo… desde una herida en la rodilla… hasta un desengaño amoroso… y, además, seis pares de manos…
-¿Seis pares?
- Sí, por las tareas que le aguardan. Pero lo difícil no son las manos –dijo Dios- sino los tres pares de ojos que la madre debe tener.
-¿Tantos?
Dios asintió.
-Un par para ver detrás de la puerta cerrada, cuando pregunta: “¿Qué estáis tramando ahí dentro, hijos?”. Otro par detrás de la cabeza para ver lo que no pueda ver, pero que una madre no debe ignorar. Y otro par, además, para decir en silencio al hijo que se ha metido en un lío: “Te comprendo, hijo. A pesar de todo te sigo queriendo”.
-Señor –dijo el ángel echándole gentilmente un brazo por los hombros –vamos a descansar… Mañana será otro día.
-No puedo –respondió el Señor-. Casi está acabado. He fabricado un modelo que se cura sola si cae enferma, que sabe preparar una comida para seis con sólo medio kilo de carne picada y que es capaz de mantener quieto bajo la ducha a un chaval de cinco años.
El ángel dio una vuelta lenta alrededor del modelo de madre, contemplándolo con curiosidad.
-La encuentro demasiado delicada –dijo luego, chasqueando la lengua contra el paladar.
-¡Pero resistente! –replicó el Señor con aplomo-. Tú no tienes ni idea de lo que es capaz de soportar una madre.
-Pero ¿será capaz de pensar?
-La ofendes y me ofendes por dudarlo. No sólo tendrá inteligencia, sino que sabrá hacer un uso estupendo de la misma y cargar su razón de razones que acaban por convencerte.
Entonces el ángel se acercó al modelo de madre y le pasó un dedo por la mejilla.
-¡Hay una avería, una fuga! Pierde algo…
-No hay tal fuga –corrigió el Señor-. Se trata de una lágrima.
-Y eso ¿para qué sirve?
-Sirve para expresar la alegría, tristeza, desengaño, dolor, soledad… e incluso, orgullo por el hijo que tiene éxito.
-¡Estás hecho un genio! –exclamó el ángel.
Con una pizca de melancolía y de humor añadió Dios por lo bajo:
-Si te soy sincero, no he sido yo quien ha inventado las lágrimas… Pero está bien. 

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domingo, 7 de diciembre de 2014

EL SABIO Y LA TORTUGA

(DSUANG-TSE)
El sabio chino estaba pescando en el río y gozando de la paz que se respiraba en la orilla, cuando se acercaron dos altos oficiales para decirle:
“Nuestro Príncipe ha decidido darle el encargo de administrar el Estado”.
El sabio continuó pescando sin girar la cabeza. Después dijo:
“He oído hablar de una tortuga sagrada que murió a la edad de tres mil años. El Príncipe conserva cuidadosamente esta reliquia encerrada en un cofre en el templo de las Aves. Ahora pregunto, ¿qué os parece, aquella tortuga preferiría estar muerta y hacer venerar sus restos, o en cambio preferiría estar viva y menear la cola en el fango?”.
“Ciertamente preferiría estar viva y menear la cola en el fango”, respondieron al unísono los dos oficiales.
“Y entonces, ¡dejadme en paz!, no ansío ningún poder ni veneración. Prefiero estar vivo y consciente en lugar de encerrarme en los asuntos de palacio.” 

sábado, 6 de diciembre de 2014

LOS DOS HERMANOS.

(CUENTO TRADICIONAL EGIPCIO).
Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales.
Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando:
-No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha: pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía…”
Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano.
También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo:
-“Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo?”.
Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano.
Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron el uno con el otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Se explicaron los motivos y su relación de hermanos quedó fortalecida para siempre.
Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél.

 

viernes, 5 de diciembre de 2014

CEGADOS POR EL ORO.

(CUENTO PERSA)
Había un hombre que deseaba poseer oro: tanto oro, todo el oro posible. Lo deseaba tan ardientemente que ya no tenía pensamiento para otro cosa, ni era capaz de desear nada más. El oro se había convertido para él en una obsesión anclada en su mente.
En las vitrinas de las joyerías y en los escaparates no veía que, además de los collares relumbrantes de oro, había también otras tantas cosas bellas.
Un día no pudo resistir más: entró derecho en la tienda de los joyeros, agarró de prisa un puñado de brazaletes de oro y salió corriendo.
Naturalmente, fue en seguida arrestado, y los policías le dijeron:
“¿Pero cómo pensabas poder escapar? La joyería estaba llena de gente.
“¿De verdad?”, dijo el hombre sorprendido. “No me había dado cuenta. Yo no veía más nada que el oro.” 

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jueves, 4 de diciembre de 2014

LAS EDICIONES INVISIBLES.


(PARÁBOLA ZEN)
Tet-sugen, un alumno Zen, asumió un tremendo compromiso: imprimir siete mil ejemplares de unas oraciones, que hasta entonces sólo podían conseguirse en chino.
Viajó a lo largo y ancho del Japón recaudando fondos para su proyecto. Algunas personas adineradas le dieron hasta cien monedas de oro, pero el grueso de la recaudación lo constituían las pequeñas aportaciones de los campesinos. Y Tet-sugen expresaba a todos el mismo agradecimiento, prescindiendo de la suma que le dieran.
Al cabo de diez largos años viajando de aquí para allá, consiguió recaudar lo necesario para su proyecto. Justamente entonces se desbordó el río Uji, dejando en la miseria a miles de personas. Entonces Tet-sugen empleó todo el dinero que había recaudado en ayudar a aquellas pobres gentes.
Luego comenzó de nuevo a recolectar fondos. Y otra vez pasaron varios años hasta que consiguió la suma necesaria. Entonces se desató una epidemia en el país, y Tet-sugen volvió a gastar todo el dinero en ayudar a los damnificados.
Una vez más, volvió a empezar de cero y, por fin, al cabo de veinte años, su sueño se vio hecho realidad.
Las planchas con que se imprimió aquella primera edición de las oraciones Zen se exhiben actualmente en el monasterio de Obaku, de Kyoto.
Los japoneses cuentan a sus hijos que Tet-sugen sacó, en total, tres ediciones del libro de oraciones, pero que las dos primeras son invisibles y muy superiores a la tercera. 

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miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA PLUMA EN EL CORAZÓN.

(DINO SEMPLICI)
Había una vez un pensador. Durante el día y gran parte de la noche, alrededor de su cabeza rondaban millares de pensamientos que él atrapaba con las sutiles redes de su mente y clavaba, uno detrás de otro, hasta llegar a formar larguísimas cadenas de férrea lógica.
El pensador sabía su profesión: excavaba, limaba, usaba el buril y el cincel, el bisturí y la hoja de afeitar.
Pero, precisamente por esto, sus obras eran como un bloque de hielo.
La gente las leía, es verdad, pero permanecía casi asustada. Un día su mejor amigo se lo hizo notar:
-¿Porqué no intentas mojar tu pluma en el corazón, y no sólo en el cerebro?
-Porque la tinta del corazón no puede expresar pensamientos, solo emociones y afectos, y éstos son como la niebla de la verdad.
Pasaron muchos años y, como sucede a muchos, un día el cerebro del pensador se bloqueó. Inmóvil en una poltrona, la pluma entre los dedos contraídos, los ojos agujereando el vacío, ningún pensamiento pasaba ya por la mente del hombre, ni siquiera uno con la luminosidad de una luciérnaga.
Un día el viejo amigo vino a visitarlo. Y cuál fue su sorpresa al ver, sobre el escritorio del pensador, una hoja de papel densamente cubierta de señales rojas: era una poesía, la poesía más bella que jamás había leído, cálida como una caricia y luminosa como el alba.
El pensador yacía unos metros más allá, volcado. Finalmente, había mojado su pluma en el corazón. 

martes, 2 de diciembre de 2014

POR UN TROZO DE PAN.

(BRUNO FERRERO)
Hacía más de veinte años que no pisaba una iglesia. Se acercó titubeante a un confesionario. Se arrodilló y, tras un instante de duda, se desahogó entre lágrimas:
-Tengo las manos manchadas de sangre. Fue durante la retirada del frente ruso. Cada día moría alguno de los nuestros. El hambre era terrible. Nos habían dicho que antes de entrar en las isbas (las cabañas de madera de la estepa rusa) pusiéramos la mano en el gatillo del fusil, listos para disparar a la primera señal de peligro. Yo había entrado en una de estas isbas, una vivienda de cuatro por seis metros. En su interior encontré a un anciano y una chica rubia de ojos azules, cargados de tristeza.
-Pan. ¡Quiero un poco de pan! –les ordené.
La chica se inclinó.
Yo pensé que iba a coger un arma, una bomba. Disparé sin pensarlo. Cayó boca arriba con un hilo de sangre en la comisura de los labios. Cuando me acerqué, vi que la chica apretaba en su mano un pedazo de pan. Había matado una chica de catorce años, una niña inocente que iba a darme un trozo de pan. Luego me di a la bebida intentando olvidar, pero ¿cómo? ¿Hay perdón para mí? 

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lunes, 1 de diciembre de 2014

CUANDO DIOS CREÓ AL PADRE.

(ERMA BOMBECK)
Cuando Dios decidió crear al padre, empezó con una estructura más bien alta y robusta. Entonces un ángel que estaba allí cerca le preguntó:
-¿Pero qué clase de padre es éste? Si a los niños los vas a hacer enanos como tapones de botella, ¿dónde vas con un padre tan alto? No podrá jugar a las canicas sin ponerse de rodillas, recoger el embozo de las sábanas de su pequeño sin agacharse y casi ni besarlo sin romperse el espinazo.
A Dios le entraron ganas de reír y contestó:
-Llevas razón, pero si yo lo hago pequeño como un niño, los niños no tendrán a nadie a quien levantar la vista.
Luego, cuando Dios modeló las manos del padre, Dios las hizo grandes y musculosas. El ángel sacudió la cabeza y dijo:
-Pero… unas manos tan granes ¿cómo van a abrir y cerrar un imperdible, abotonar o desabotonar pequeños botones y, ni siquiera, atar las trenzas o quitar una espinilla del dedo?
Dios sonrió y dijo:
-De acuerdo, pero son lo suficientemente grandes para coger todo lo que cabe en el bolsillo de un niño y lo suficientemente pequeñas como para poder acoger en la palma su carita.
Dios estaba creando los dos pies más enormes que jamás se hubieran visto, cuando el ángel saltó:
-Es una injusticia. Pero ¿es que tú crees que esas dos grandes barcazas van a lograr saltar de la cama por la mañana temprano cuando llora el bebé? ¿O a pasar entre una bandada de niños mientras juegan en la arena sin aplastar por lo menos a un par de ellos?
De nuevo a Dios se le escapó una sonrisa y respondió:
-Tranquilo. Verás como funcionan. Servirán para sostener en vilo a un niño que quiere jugar al caballito o para ahuyentar los ratones en la casa del pueblo o incluso para calzar las botas que no servirían a nadie más.
Dios se quedó trabajando toda la noche, dándole al padre pocas palabras pero una voz grave y con autoridad, ojos bien abiertos capaces de verlo todo y a la vez serenos y comprensivos… Al final, se quedó un poco pensativo y le añadió un pequeño detalle: las lágrimas. Luego se giró hacia el ángel y comentó:
-Los hombres también lloran… Y ahora, ¿te convences de que un padre es capaz de amar tanto como una madre?