martes, 17 de febrero de 2015

EL ESPEJO.

(LEYENDA JAPONESA)
Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña. El hombre era un samurái, es decir, un caballero: no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.
Un día es elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, tuvo que ir a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo: el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.
A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:
“¿Quién es esta mujer?”.
El marido se puso a reír:
“¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?
Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa: que aparecía su propia imagen.
Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor: y los regalos de amor son sagrados.
Su salud era delicada; frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:
“Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás”. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo.´
Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada.
Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.
“¿Qué haces, querida hija?”, le pregunta.
“Miro a la mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma: parece más joven y sonriente.”
Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:
“Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti”. 

La chica del espejo, la canción de la lucha contra el cáncer de ...

1 comentario:

  1. El poder de los sentimientos, el poder del corazón, que nos hace estar siempre junto a nuestros seres más queridos.

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