martes, 3 de febrero de 2015

EL NIÑO Y EL ANCIANO.

(CUENTO CHINO)
Un día el pequeño Ciang se adentró en el bosque, y después de haber caminado mucho, vio una mísera cas de madera alrededor de la cual reinaba la más absoluta paz: ni una gallina, un cerdo o un gato.
Pensando que estuviera deshabitada, se acercó cautelosamente. Y cuál fue su sorpresa al ver, por una juntura entre las tablas, a un viejo de barba blanca tendido en el lecho.
-“Entra niño”, le dijo aquel viejo.
Y su voz era como de algodón, como si viniese de una nube.
-“Te he sentido llegar, al menos, desde un kilómetro. ¡Entra!”
Ciang entró y preguntó:
-“¿Cómo es posible que tú, viejo como eres, me hayas oído de tan lejos?”.
-“Es que me estoy muriendo. Y cuando uno es viejo y ha vivido lo suficiente, conviene que se familiarice con la Muerte y el oído se le torna muy sensible, como el fino oído del leopardo. Por eso me he retirado aquí. Quién está muriendo no tiene necesidad de ver personas, ya ha visto bastantes. Las ha visto venir y pasar. Quien siente que va a morir sólo tiene necesidad de tranquilidad. No está bien que a un hombre en esta circunstancia se le busque y se le atormente con charlas y palabras vanas. Conviene pasar de largo por la puerta de su casa, como si fuese la habitación de nadie…”
-“Pero tú me has invitado a entrar”, -objetó tímidamente Ciang.
-“Es verdad” –dijo el viejo en un susurro-, “pero sólo porque tenía nostalgia de una sonrisa. ¿Me la quieres dar?”
Ciang sonrió levemente. El viejo sabio se durmió para siempre. 

1 comentario:

  1. Lo de charlas y palabras vanas, no solo a las puertas de la muerte, yo pienso que no apetecen nunca. Así como la tranquilidad apetece siempre, una charla profunda y sincera tambbién. A las puertas de la muerte se dan los mejores consejos, perio para eso hace falta honestidad.

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