domingo, 5 de marzo de 2017

EN UN PRINCIPIO ERA LA ARENA.


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" Sólo arena y junguillalal había por estos lados (sentencia Lucía) sólo eso y al-gún bañado." Y, como por arte de magia, aparecen dos fotos que podrían haber sido del Sahara, si no fuera porque en una de ellas un alambrado bien criollo partía la arena al medio y se veía a lo lejos un retazo de mar.


" Al principio todo esto era de Don Juan Ramón Hernández, Luis Galimberti y Mario Ferreira se lo compraron a veinte centésimos el metro en 1911,con idea de fores-tar. Galimberti compró 108 hectáreas y Ferreira un poco mas. Ese fue el comienzo de los Pinares de Atlántida. Forestar para capitalizarse en madera y poner el hombro para aguantar la arena que el viento y el mar se iban tragando."

Al comienzo de mi aventura llegué de la mano de Don Juan Enrique Fabini a la casa de Lucía, sin sospechar que había llegado al punto de partida de un sueño fantástico.

Con ochenta y ocho años se había trepado a su destartalado Volkswagen y me había a-rrastrado en esta búsqueda de las raíces de una parte del balneario.

Partimos del centro de Atlántida dejando el mar a nuestras espaldas, cruzamos la Carre-tera Interbalnearia, doblamos por un camino que discurre por detrás del Country Club y después de un rato de andar, el paisaje cambió y los árboles se agigantaron.

Escondido del avance turístico y protegido de la codicia de los hombres, descubrimos un lugar donde el verde crece por el placer de crecer libre, se enrosca, trepa, regala sombra y perfume. Un lugar donde de pronto estalla el color y cantan muchos pájaros y zumban muchas abejas. Un lugar donde uno se olvida del mundo y se pregunta dónde está.

Entre los troncos de gigantescos eucaliptos rojos y la sombra verde y fresca, un cartel: "LABORIDO - 1911". Unos metros mas allá, una gran casona de dos plantas. Esa es la casa de Lucía Cabrera de Laborado, una mujer de ochenta y dos años adorable, coqueta y charlatana.

Cuando Fabini me previno que íbamos a visitar a la dueña de la casa mas vieja de Atlán-tida, me la imaginé viejita , arrugada , dulce, y resignada al avance de los tiempos. nadie me preparó para enfrentarme el torbellino de vida, picardía y buen humor que es Lucía, menuda, ágil como una ardilla, uñas y labios pintados de rojo, impecable cabello gris pei-nado en apretados rulos y piernas de chiquilina, a Lucía le encanta hablar. Y, cuando ha-bla, dibuja tantas imágenes que unos se queda irremediablemente prendido de sus pala-bras. Habla con los ojos maliciosos y llenos de vida.

"Cuando don Luis Galimberti compró esto, se fue enseguida para San José a buscar al italiano Domingo Laborido para que se ocupara de hacerles los viveros. ¡Había que te-ner coraje para venirse aquí! Empezaron de la nada porque ni siquiera había leña para prender una fogata. Pero Don Domingo, mi suegro, le creyó y se vino con toda la fami-lia. Hicieron un pozo para tener agua y ladrillos para levantar la casa.

Galimberti que importaba de Italia el aceite de oliva BAO y el CASTROL, se fue para allá a buscar las semillas y junto con ellas, se trajo al arquitecto para levantar la casa. "Villa Olga" la llamó porque era el nombre de la única hija que le dio su mujer Doña Honorina Scandroglio."

Y Lucía se levantó y tomándome del brazo me llevó a visitar la casa.

"Todos los cielorrasos son de cerámica en relieve traídas de Italia, pero los mosaicos de-corados de los pisos los hicieron mi marido y Don Domingo, mi cuñado. El italiano les enseñó como hacerlos. Aquí en esta habitación estaba la bomba para sacar agua direc-tamente del pozo a la pileta y en aquel rincón la enorme cocina a leña".

Recorrimos un amplio living comedor con una enorme chimenea. una escalera de made-ra muy empinada llevaba al piso superior, donde estaban los dormitorios.

"¿Usted era de por aquí, Lucía? - pregunté.-

"No.Yo soy nacida en 1910 en campos de Lavalleja. Me enamoré de José León y me vi-ne a instalar aquí a los diecisiete años, de recién casada. Aquí crié cinco hijas, un hijo,u-na nieta y una ahijada que había quedado huérfana. Difteria negra...¿Sabe?... La cuidé y también a sus padres, pero ella fue la única que se salvó por esos se quedó con nosotros."

Volvimos a salir al porche sombreado y nos acomodamos en los sillones para seguir con la charla. Lucía nos convidó con bebidas frescas mientras no paraba de hablar de su te-ma favorito.

" Bueno..... como les iba contando.... Don Luis Galimberti trajo de Italia las semillas pa-ra empezar el vivero. Trajo pino marítimo y piñonero, eucaliptus rojo...del que sirve pa-ra hacer el parquet... ¿vio? .... y glóbulos y por último cuatro variedades de acacia : aro-mo, mimosa, negra y trinervi. Los pinos se plantaron desde donde está ahora la Interbal-nearia hacia el mar. En la costa se plantó acacia trinervi para parar la arena, protegida por bordes de tuna espinosa.

Mi suegro empezó a hacerlos viveros ayudado por toda la familia, al tiempo que se cons-truía la casa. ¡Cuarenta mil macetitas de barro hice una vuelta para plantar las semillas!. Después había que regar las plantitas tiernas y cuidar que no se las comieran las hormi-gas . ¡Si habremos recorrido de noche con farola las hileras matando hormigas!...Era una luchas sin cuartel....pero se fue haciendo. A su tiempo, todo se hace."

Y Lucía se recuesta en su sillón con la satisfacción de la tarea cumplida.

" Y no crea que fue fácil. Yo también trabajaba por mi cuenta y me hacía algunos pesi-tos, porque al costado de la casa teníamos viñas de uva moscatel rosada y blanca.

Uva querida, ¡que uva!. Los hoteles del balneario eran mis clientes, no le compraban a nadie que no fuera Lucía Laborado.

Era como un sueldo extra que yo tenía por cuidar de la viña.

¡Por suerte!... porque cuando Don Luis murió, la señora andaba muy preocupada por-que no la había dejado muy bien de plata y no sabía con que pagar la contribución inmo-biliaria de todos estos terrenos. La hija se había casado con Podestá, pero a ellos no les gustaba esto. De modo que , con el tiempo, nos quedamos nosotros con la casa. Se la compramos a muy buen precio y una parte nos la regaló la señora, por todo lo que ha-bíamos hecho."

Lucía suspira ruidosamente y tras un momento de evidente evocación se lanza de nuevo en picada:

"Es que yo adoro los árboles, ...¿Sabe?... Aún hoy : planto uno todos los días... Y eso que yo debería haberme desengañado porque los árboles me jugaron una mala pasada.

¿No es cierto Fabini? ¿No le contaste a la señora?

"No , la verdad es que no le conté nada". Prefiero que lo hagas tu, vieja."

"Bueno, está bien, se lo cuento yo.... ¿Se acuerda de aquel temporal del año ´67?"

"¡Ya lo creo que me acuerdo!"- y me corrió un escalofrío por la espalda y se me a-montonaron los recuerdos.

"Bueno, ese temporal, fue el 24 de Febrero de 1967. El día anterior era el cumpleaños de una de mis nietas y se lo festejamos aquí. Fue una tarde preciosa y toda la familia mas algunos amigos y vecino vinieron a comer la torta con nosotros. Nos instalamos debajo de los árboles, en el monte al costado de la casa, donde había cuatro eucaliptus colora-dos enormes que nos daban sombra. Eran tan grandes que yo le había dicho varias veces a Josesito, mi marido:

"Hay que degollarlos, viejo...son peligrosos."

La gente tiene miedo de que un viento fuerte les tire los árboles sobre las casas y los sa-can de raíz, pero yo digo siempre que eso es un crimen,. No hay que sacarlos,hay que de-gollarlos y ya está. Si están juntos se apuntalan unos a otros y hacen frente al viento. Siguen creciendo pero uno los puede controlar. Pero el viejo no me hacía caso, le gusta-ban aquellos eucaliptus como estaban.

En eso que estábamos apagando las velitas de la torta, me llamaron la atención unas co-rujas que volaban desde esos eucaliptus hasta la chimenea de la casa y de vuelta a los eucaliptus, chillando y alborotando."

"¿ Corujas, Lucía?...... Le interrumpí, intrigada -¿qué son?- "

"Lechuzas, mi querida, una coruja es una lechuza, bicho de mal agüero . Para mi que a-visaban la desgracia, pero nadie me hizo caso. Y la fiestita siguió hasta bien entrada la noche.Cuando todos se fueron, nos acostamos y nos dormimos enseguida, porque es-tábamos muy cansados. En el piso de arriba dormíamos el viejo y yo en una habitación, dos nietas en otra y del otro lado de la casa, mi otra hija con el marido y el nene.

Ya había amanecido cuando me despertó un ruido rarísimo...era un ruido como a gue-rra".-

¿Usted estuvo en la guerra Lucía?".- Le pregunté, extrañada.

"¡No, mi querida!.. ¡Para nada, gracias a Dios!... Pero era igualito al ruido que yo ima-ginaba que se oiría en una guerra!.- Lucía se inclinó hacia mi y tomándome de la mano me la sacudía tratando de convencerme.

"El ruido era como si muchos aviones volaran juntos y muy bajo. ¡Asustaba! ¿Sabe?.. Miré el reloj y vi que eran las siete menos diez. Me levanté de un salto y empecé a tiro-near al viejo, para que se levantara.

"¡Levantate viejo, pasa algo raro !".

"¡ Dejate de embromar, Lucía -me contestó- y volvete a dormir. ¡Nos acostamos tardí-simo anoche!."

"¡Pero parece que hubiera guerra, viejo !".

"¡Que guerra, ni guerra !". Es sólo el viento. Dormite, te digo."

Y se dio vuelta y siguió durmiendo tan tranquilo.

Desesperada, me puse por encima un vestido a rayitas celeste y blanco que le gustaba mucho a mi marido, porque el era blanco rabioso, ¿Sabe?.. - Acotó Lucía -y corrí a despertar a mis nietas. Nunca me hacían caso, pero esta vez se levantaron sin chistar, se pusieron algo por encima y bajaron la escalera.

Cuando las vi a salvo, volví al dormitorio y empecé a tironear de nuevo a mi marido has-ta que logré tirarlo de la cama al piso.-

"¿ Estás loca, mujer? - Alcanzó a decirme, malhumorado - "¿ que haces ?"

No terminó de decirme eso cuando escuchamos un ruido espantoso, los cuatros eucalip-tus y los pinos piñoneros se vienieron encima de la casa, arrastrando en su caída la chi-menea y toda la pared de ese lado. Los troncos cayeron justo en las camas que habían ocupado mis nietas hasta hacía un ratito y aplastaron a mi marido".-

Lucía se atraganta. Le corren gruesos lagrimones por la cara y se le estremece el pecho con los sollozos. No quiero que sufra y trato de cambiar de tema, mientras Fabini le pres-ta un pañuelo para secarse los ojos. Pero no conozco a Lucía. Con un profundo suspiro se rehace, se acomoda los rulos grises, limpia los lentes y sigue contando.

" En un segundo aquello fue un infierno. Traté de salir corriendo a buscar ayuda., pero las puertas no abrian... el golpe había desencuadernado la casa entera. Por fin logré salir por una ventana y bajé por encima de las ramas de los mismísimos árboles caídos a bus-car a mi yerno.Ahí me enteré que el pobre al volver a su casa, había oído por la radio que se venía un temporal grandísimo y se vino hasta casa a avisarnos. Pero le dio no se que, ser aguafiestas, porque todavía quedaban muchos invitados y se fue sin decirnos nada des-pués de pedirme una aspirina.... (para disimular, ¿Sabe?..)

Y Lucía se inclina hacia mi con aires de disculpar la travesura de un niño- "Cómo le iba contando, entre los dos logramos sacar a mi viejo de debajo de los escombros, con el úl-timo aliento.

Se lo llevaron a Traumatología para tratar de remendarlo . Hicieron lo que pudieron.. Vivió tres años mas, pero no se ni para que...ya no era ni la sombra de lo que había sido A veces pienso que hubiera sido mejor que se hubiera quedado en aquel último aliento."

"Pero volviendo a lo que le decía, mi querida. Se me arruga el corazón cuando veo co-mo tumban los árboles que plantamos con tanto sacrificio para hacer casa. Mire, venga conmigo".

Y otra vez se levanta, sin ninguna pereza, me toma del brazo y me arrastra hasta el cos-tado de la casa, donde habían estado reunidos comiendo aquella famosa torta de cum-pleaños."

¿Ve?.. Ese terreno era mío. Lo vendí el año pasado y tiraron toditos los eucaliptus para hacer esa porquería de casa que ve allí.¿A Usted le parece que había necesidad?.....

Horrorizada, veo tirados en el suelo no menos de veinte gigantescos troncos de eucalip-tus rojo, gruesos como la cintura de una mujer embarazada. Como en un caleidoscopio vuelvo a ver las macetitas de barro hechas por Lucía, las semillas traídas de Italia, el fa-rol alumbrando las plantitas tiernas en la madrugada, la familia entera protegiéndolas de las hormigas, el cuidado para que aquella semilla brotara, se convirtiera en tallos y en ho-jas., los soles y las lluvias.

Los inviernos y los veranos que se necesitaron para que se hiciera realidad un solo árbol majestuoso. Pienso en los nidos caídos, el silencio de los pájaros que se fueron, los mil bicharracos que se quedaron sin casa y me duele. Me duele tanto como a Lucía y entiendo su rabia.

"Sin embargo, no hay que se rencorosa, mi querida"- y aquellas manos fuertes y bien cui-dadas, que habían realizado el milagro de convertir un arenal en un bosque, acomoda-ron coquetamente los rulos grises una vez mas- Ya ve... me mataron al viejo y yo sigo plantando un árbol todos los días... y pienso seguir haciéndolo hasta el día en que me muera......

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